Aquí se venden sólo semillas
Cuentan que un joven paseaba una vez por una ciudad
desconocida, cuando, de pronto, se encontró con un comercio sobre cuyo quiosco se leía un extraño rótulo: «La Felicidad». Al
entrar descubrió que, tras los mostradores, quienes despachaban eran ángeles.
Y, medio asustado, se acercó a uno de ellos y le preguntó: «Por favor, ¿qué
venden aquí ustedes?» « ¿Aquí? —Respondió en ángel—. Aquí vendemos
absolutamente de todo». « ¡Ah! — Dijo asombrado el joven—. Sírvanme entonces el
fin de todas las guerras del mundo; muchas toneladas de amor entre los hombres;
una tonelada de respeto, y mucha responsabilidad para que todos cumplan sus
obligaciones; un gran bidón de comprensión entre las familias; más tiempo de
los padres para jugar con sus hijos...» Y así prosiguió hasta que el ángel, muy
respetuoso, le cortó la palabra y le dijo: «Perdone usted, señor. Creo que no
me he explicado bien. Aquí no vendemos frutos, sino semillas.»
En los mercados de Dios (y en los del alma) siempre es así. Nunca te venden amor ya fabricado; te ofrecen una semillita que tú debes plantar en tu corazón; que tienes luego que regar y cultivar mimosamente; que has de preservar de las heladas y defender de los fríos, y que, al fin, tarde, muy tarde, quién sabe en qué primavera, acabará floreciendo e iluminándote el alma.
En los mercados de Dios (y en los del alma) siempre es así. Nunca te venden amor ya fabricado; te ofrecen una semillita que tú debes plantar en tu corazón; que tienes luego que regar y cultivar mimosamente; que has de preservar de las heladas y defender de los fríos, y que, al fin, tarde, muy tarde, quién sabe en qué primavera, acabará floreciendo e iluminándote el alma.
En tu cuaderno: Escribe los valores encontramos en la lectura
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