viernes, 12 de mayo de 2017

Características de los tres pastorcitos de la Virgen de Fátima

Todo comenzó en Fátima, una humilde aldea escondida en la Sierra de Aire (centro de Portugal), cuando en 1917 la Madre de Jesús habló a tres niños: a Lucía de 10 años, a Francisco de 8 años y a Jacinta de 7 años, unos humildes pastorcitos que vivían en un pueblecito cerca de Fátima. Los padres de Lucía eran Antonio de los Santos y María Rosa; los de Francisco y Jacinta, que eran hermanos, eran Manuel Marto y Olimpia de Jesús. Vivían todos en Aljustrel, un pueblecito a 2 Km. de Fátima, donde las personas en su mayoría eran pastores o pequeños agricultores. Lucía, Francisco y Jacinta eran primos y les gustaba mucho jugar y estar juntos.

Lucía tenía aspecto y facciones un poco rudas, la piel tostada por el sol y el aire fuerte de la sierra y la mirada un poco seria; sin embargo, tenía un corazón de oro. Era bondadosa y obediente, inteligente y sobre todo muy cariñosa, tan buena y cariñosa que todos la querían mucho. Aprendió el catecismo con su madre, que se lo enseñaba durante las horas de la siesta en el verano y después de la cena en el invierno. Hizo la Primera Comunión a los 6 años y nunca más olvidó lo que le dijo su madre en aquella ocasión: "Sobre todo, pide a Nuestro Señor que haga de ti una santa". Las mujeres de Aljustrel, cuando iban a trabajar al campo o cuando estaban enfermas, le pedían que cuidasen de sus hijos más pequeños. Le gustaba mucho ir con sus hermanas mayores a las fiestas, a la vendimia, a recoger aceitunas, sobre todo si había baile. Cuando cumplió los 7 años, sus padres le confiaron el pastoreo del rebaño. En la sierra había muchos pastores, pero Lucía pronto decidió escoger como compañeros a sus primos Francisco y Jacinta.

Francisco tenía la carita redonda, ojos castaños, pelo claro y suave; de alma pura y corazón tierno. Era poco hablador, pacífico y muy amable. Como a todos los niños, a Francisco le gustaba  jugar, pero pocos querían jugar con él, porque casi siempre perdía. Le gustaba mucho los juegos de cartas, sobre todo la brisca.
Admiraba la hermosura de la naturaleza; se quedaba embobado ante la belleza de un amanecer o una puesta de sol. Amaba la música y se pasaba horas y horas tocando su gaita de caña, sentado en la roca más alta del cerro. Quería mucho a los animales, aunque sus animales favoritos eran los pajarillos.
Un día, vio que un compañero suyo tenía uno entre las manos y Francisco le pidió compadecido y triste que lo soltara. Pero como el chico se negó a soltarlo, le dio una moneda para que lo dejase en libertad. Después, cuando lo vio volar aplaudiendo alegremente le gritó: ¡Ten cuidadito pajarillo, no te dejes atrapar otra vez!

Como su hermano Francisco, Jacinta tenía un rostro bello, tenía los ojos cristalinos y vivaces y tenía una figura elegante. Era muy delicada y extremadamente sensible, por eso, poco le bastaba para enfadarse. Le unía una gran amistad con su prima Lucía; sólo quería jugar con ella. En el silencio de los cerros o de los valles encontraba su lugar favorito para rezar. A Jacinta le gustaban mucho las flores y sus ovejitas; a cada una le había puesto un nombre: la Paloma, la Mansa, la Estrella, la Blanquita…, los nombres más bonitos que conocía. Con los corderitos mostraba una gran dulzura y ternura: se los ponía en su falda, los abrazaba, y al anochecer, cuando volvían para casa, se los ponía a los hombros para que no se cansasen. Un día, por el camino de la sierra de regreso a casa, se metió en medio del rebaño y su prima Lucía le preguntó: Jacinta ¿por qué te metes ahí entre las ovejas? Y Jacinta le respondió: ¡Para hacer como Nuestro Señor! ¿Te acuerdas de la estampita que me dieron? Él también está así, entre muchas ovejas y lleva una a los hombros.


No hay comentarios:

Publicar un comentario